lunes, 4 de mayo de 2009

Motivos para ver la obra


Porqué nuestros niños y jóvenes deben ver “Las asombrosas aventuras de Robinson Crusoe”


Pocas obras como ésta reúnen tantos valores éticos, estéticos, artísticos y humanos.

En momentos en que la comunicación electrónica crece a pasos agigantados, la incomunicación humana se profundiza. En momentos en que la globalización, vía Internet, vincula digitalmente a todo el mundo, frente al monitor, paradójicamente, la persona está más sola que nunca. En momentos en que disponemos de televisión hasta en el auto o el celular, los contenidos de la pantalla chica abruman con su falta de creatividad e imaginación. Más aún: fomentan en nuestros jóvenes la creencia de que ser famoso es el mayor logro mayor al que puede aspirarse.
En momentos en que la civilización se encuentra en un punto sobresaliente de su desarrollo científico y técnico, la humanidad se debate en una espiral de inhumana indiferencia y violencia cavernaria.

Razones más que suficientes para ver una pieza de dramaturgia que –en un esfuerzo por contribuir a la construcción de un mundo mejor- habla de solidaridad, diálogo constructivo, esfuerzo compartido y comunicación humana.

Nuestro personaje, Robinson Crusoe, lejos de resignarse a los embates de su destino, lucha denodadamente por sobrevivir, por abrirse camino en un mundo que desconoce, siempre optimista, siempre vital y, por sobre todas las cosas, siempre dispuesto al cambio y al crecimiento personal.

La obra rescata también los principios ecológicos de integración del hombre y la naturaleza. Nuestro héroe se sirve equilibradamente de todo cuanto lo rodea para satisfacer sus mínimas necesidades de comida, vivienda y salud.

La obra habla de amistad y compañerismo. El encuentro de Robinson y su amigo Viernes certifica lo que para Bertolt Brecht constituía la mínima unidad social: dos personas. La obra habla también de la aceptación de las saludables diferencias étnicas y culturales. Solidarios y complementarios, los amigos se sirven del principio aquel que reza que “una mano lava la otra y las dos lavan la cara” para construir un bote y volver a la civilización.

La obra habla de cómo la imaginación puesta al servicio de nuestra vida puede ayudarnos a sobrellevar la adversidad y prepararnos para el futuro. “La vida entera debería ser una aventura” dice Robinson y nos invita a rever la perspectiva con la que abordamos nuestro cotidiano devenir.

La obra habla, en definitiva, de la recuperación de valores, sino perdidos, desdibujados en el fárrago de una vida plena de estridencias y sinsentidos. Ver “Las asombrosas aventuras de Robinson Crusoe” es más que asistir a las singularidades de un hecho teatral: es constituirse en protagonista de una experiencia gratificante y enriquecedora.

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